Se ha propuesto que mientras que los hijos manifiestan más violencia física, las hijas ejercen
más violencia psicológica. En cambio, recientemente se ha revelado que en la actualidad son
las chicas quienes proceden con más violencia hacia sus progenitores, tanto psicológica como
física.
Existe un consenso al establecer que las víctimas de la violencia filio-parental son las madres
en la mayoría de los casos de maltrato. En cuanto al nivel socio-económico de los progenitores,
el 75% de las familias pertenecen a la clase media-media y media-alta.
Los progenitores autoritarios y violentos resuelven los conflictos de forma agresiva, mediante
amenazas y castigos, ejerciendo la autoridad de forma rígida e inflexible. En este contexto, el
hijo aprendería que la violencia es el vehículo para relacionarse con los demás. Por su parte,
los progenitores permisivos serían aquellos que no defienden su autoridad, ni delimitan las
normas, ni demandan responsabilidades a sus hijos, sino que los sobreprotegen y ceden a sus
caprichos sin dilación. De esta forma, los hijos se convierten en tiranos con una baja tolerancia
a la frustración y una escasa empatía.
Desde otra perspectiva, se ha propuesto que los progenitores que han tenido a sus hijos
accidentalmente y manifiestan abiertamente estar insatisfechos con sus roles parentales
pueden ser también víctimas de violencia filio-parental.
Finalmente, en otros estudios se defiende que la violencia filio-parental se manifiesta en
familias en las que uno de los cónyuges inicia una alianza con el hijo, negando los conflictos y
tratando de mantener un mito de armonía familiar.
Por lo que se refiere al proceso de evolución de la violencia filio-parental se ha propuesto que,
en la mayoría de los casos, se desarrolla un ciclo de violencia diferenciado. Así, en un primer
momento, se observa una actitud parental suave o conciliadora hacia el hijo para tratar de
reducir el estrés familiar, que es interpretada por este como una rendición o sumisión. Así,
dado que el hijo se cree triunfador, inicia una serie de exigencias excesivas y ejecuta conductas
cada vez más graves, despreciando la autoridad parental y logrando sobrepasar la paciencia de
sus progenitores. Llegados a este punto, los progenitores toman una actitud severa y hostil
que enfurece al hijo y genera de nuevo un ambiente familiar muy estresante. Entonces, el hijo
incrementa las conductas violentas más contundentes para tratar de establecer su dominio.
Así, los progenitores asumen que han perdido su autoridad. Por lo tanto, cuanto más
impotentes y confusos se sienten los progenitores, mayor es el riesgo de que pierdan el
control y de que se muestren coercitivos, lo que conlleva una venganza más violenta en el hijo.
Vizoso-Gómez, C.M. (2018). Tenemos que hablar de Kevin (2011). La violencia filio-parental.
Revista de Medicina y Cine, 14(1), 13-19.
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